13 de diciembre de 2009

Balada del adiós

Habrán visto que esta entrada tardó en llegar pero hubo una razón de peso: terminé la segunda versión de la primer obra de teatro que escribo en un lustro. En algún momento, hace unos dos años, pensé que había perdido la facultad de escribir textos dramáticos, pero evidentemente esa facultad estaba aletargada, adormecida, inmóvil, y en concreto había que esperar nada más que despertase. No estaba muerta como me imaginé en ciertas noches de zozobra. Y tampoco hubo que practicarle maniobras de resucitación. Tardé cinco meses en escribir esta obra, y de verdad les digo que estoy muy sorprendido. Fue un acto placentero. A lo mejor lo placentero estriba en que elegí un material muy cercano, pues decidí versionar mis impresiones sobre los cuentos que James Joyce escribió en Dublineses. Dublineses es uno de esos libros que se transforma en tu vida si sos lo suficientemente permeable para dejarlo sedimentar en tu conciencia, uno de esos libros que uno no comprende durante la adolescencia y que al llegar a la adultez lo descubre en los bordes de sus días. Pero este texto, a la vez, tiene que ver con otras despedidas y con otros comienzos, no necesariamente literarios, cinematográficos o teatrales. No importa eso ahora. El hecho es que ya está listo para empezar a crecer. Eso sí, no verán pronto esta pieza. La voy a dirigir yo, y todavía me falta para ser un buen director de teatro. Será en algún momento.

Debido a esta necesidad de terminar de escribir la obra fui mucho menos al teatro. Muchísimo menos. Y las dos piezas de las que me gustaría hablar hoy ya no están en cartelera. Las vi hace unas cuantas semanas junto a otros espectáculos y quedaron reverberando en mi memoria. Las dos hablan de la muerte, una en forma alegórica y la otra desde lo absurdo, pero en ambos casos no hay lobreguez posible porque las dos hablan de la muerte desde la belleza o la poesía.
LA NIÑA QUE MORÍA A CADA RATO es un muy buen ejemplo de análisis figurado de la realidad latinoamericana. Su historia, la de una muchacha que muere y resucita con la misma facilidad con la que duerme y respira, simboliza una serie de temáticas que van de las leyendas populares a la desaparición forzada de personas pero sin apartarse del relato que narra. Ambientada en el campo de alguno de nuestros países y en un tiempo indefinido pero que es el pasado, no importa tanto si reciente o remoto, esta muchacha milagrosa, blanca y descalza, aguarda que el jaguar (el hombre que no perdió su animalidad, pero que necesita del hombre) la devore finalmente para encarnar su destino de mito. Este texto de José Luis Arce (Primer Premio de Dramaturgia 2003, Fondo Nacional de las Artes) encuentra en la puesta de Joaquín Gómez una exacta medida de belleza acorde a la rusticidad del enigma propuesto, una puesta donde domina el claroscuro y donde cada imagen recuerda las estampas de un libro de fábulas. Es un halago: a nuestra generación le gustaba sumergirse en los libros de las generaciones anteriores, y LA NIÑA QUE MORÍA A CADA RATO tiene ese reverbero a papel viejo que renace en cada nueva lectura.
LA ÚLTIMA HABITACIÓN (EL DESPERTAR DE CLARA) nos presenta varias posibilidades de una misma situación: una paciente en coma despierta de su letargo. ¿Despierta? ¿O no será que su enfermera, su médico, su marido, quieren verla vivir otra vez? ¿Y qué prefiere Clara, volver a su antigua rutina o formar parte de Los Abejorros, ese grupo de gente que vuela entre el más allá y aquí nomás? Una realidad que alterna entre lo visible y la duermevela recorre, juguetona, los bordes trágicos de la vida valiéndose de recursos propios del clown, demostrando que aún para hablar de cosas tristes uno puede esbozar una sonrisa o largar una carcajada. Y aunque el aspecto inicial sea naturalista, la trashumancia de sus actores le da enseguida esa impronta de circo que subvierte los valores y permite ver lo que está escondido en cada uno. Luisina Di Chenna y Gabriel Páez como Clara y el Negro son sinceramente entrañables.

LA NIÑA QUE MORÍA A CADA RATO, de José Luis Arce. Dirigida por Joaquín Gómez. Asistencia y Producción General: Miguel A. Borrás. Diseño y Realización de Escenografía: Gisela Ranieri. Diseño y Realización de Vestuario: Paola Grimonti. Música Original: Demi Carabajal, Martina Ulrich, Martín Ulrich. Intérpretes: Yanina Soirejman, Silvia Lucero, Alberto Silva, Eduardo Manelli, Bárbara Coss, Juan Tupac Soler, Patricia Russo, Fabiana Páez. Teatro IFT.

LA ÚLTIMA HABITACIÓN (EL DESPERTAR DE CLARA), creación colectiva de la Compañía Comediantes sin Pulgares. Dirigida por Walter Velázquez. Producción General: Andrea Feiguin. Diseño de Luces: Ricardo Sica. Escenografía: Ariel Vaccaro. Vestuario: Soledad Galarce. Intérpretes: Luisina Di Chenna, Gabriel Páez, Maximiliano Trento, Sol Lebenfisz. III Festival Internacional de Teatro Independiente PIROLOGÍAS 2009 (Villa Bosch, Provincia de Buenos Aires).

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